17 marzo 2011

“¿Qué tal estás?”... “¡Pues anda que tú!”

Qué tal el trabajo? Fatal; ¿Por qué? No sé, por todo... Demasiado hago para lo que me pagan.
Esta conversación con un amigo me vino a la mente al ver las imágenes de la brutal catástrofe que está sufriendo Japón. La serenidad y el coraje con que los japoneses están afrontando “el apocalipsis” contrasta con el negativismo que cada vez parece tomar más fuerza en la sociedad española.
Japón ya nunca será el mismo, y millones de personas tendrán que aprender a vivir en otra casa, en otra ciudad, con otro empleo, con otros amigos y echando siempre de menos a esos seres queridos arrebatados por una naturaleza cruel y despiadada. Lo conseguirán. Ya lo hicieron después de la Segunda Guerra Mundial y ahora volverán a levantarse para demostrarnos a todos su afán de superación. Todo lo contrario a ese victimismo que se ha convertido en uno de los rasgos más destacados de la sociedad contemporánea.
Es tan fácil protestar, quejarse, criticar, juzgar y lamentarse que todos sabemos cómo hacerlo. Basta con adoptar el rol de víctima y creer que el mundo es un lugar injusto, en el que la culpa de nuestros problemas, conflictos y sufrimientos siempre la tienen los demás. Resulta tan sencillo tratar de esconder muestras miserias, miedos e inseguridades detrás de una crítica feroz al jefe, a la empresa, a los compañeros, a la familia, a Zapatero, a la sociedad, a la vida... Cualquier excusa es buena para no afrontar nuestras inseguridades.

Cuenta una historia antigua que dos judíos, Joseph y Karl, pasaron juntos tres años de cautiverio en un campo de concentración nazi. Después de veinte años, se volvieron a encontrar. Joseph estaba feliz, se había casado, tenía tres hijos y trabajaba en una empresa. Karl había vivido amargado como ermitaño en una cabaña aislada en la montaña. “¿Pero cómo puedes ser feliz y haber olvidado la injusticia que sufrimos?”, le dijo Karl. Su amigo Joseph le contestó: “Por supuesto que siempre me acordaré de lo que sufrimos, pero ahora me doy cuenta de que yo soy libre y que tú sigues encerrado en el campo de concentración”.
Está claro que Joseph es Japón, y que Karl representa a ésos que todo lo ven fatal, que desconfían del mundo y que siempre están a la defensiva. Son los que van llorando por las esquinas y se lamentan de que están desmotivados. Los que continuamente ven un enemigo fuera, los que siempre forman parte del problema, y nunca de la solución. Los que son más rentables para la empresa cuando se quedan en casa que cuando van a trabajar por el mal ambiente que generan.
Estas perniciosus avis encuentran su mejor caldo de cultivo en épocas de crisis como la actual, en la que las empresas se ven obligadas a ajustar sus costes al máximo para hacer frente a la caída del mercado. “Ya os decía yo –suelen comentar– que los directivos de nuestra empresa no tienen ni idea y que sólo piensan en su beneficio personal”. “Encima –los perniciosus avis son insaciables en la crítica–, tenemos unos políticos nefastos, que son unos chupópteros y que se lo están llevando crudo”.
Si los japoneses asumieran esta filosofía, se dedicarían a lamerse las heridas y a lamentar su mala suerte. No lo van a hacer, estoy convencido de que van a superar esta terrible prueba que la naturaleza les ha puesto por delante, y que van a resurgir con energía renovada. “En esta vida, hay que morir varias veces para después renacer; y las crisis, aunque atemorizan, nos sirven para cancelar una época e inaugurar otra”, dijo el filósofo Eugenio Trías.
A todos nos cuesta salir del confort en el que hemos vivido en los años de la burbuja inmobiliaria y se nos hace muy cuesta arriba afrontar cambios en nuestra forma de vivir y de actuar. Muchas crisis nacen de las ideas preconcebidas que tenemos sobre nosotros mismos y sólo salimos de ellas cuando nos atrevemos a arriesgar, porque el hombre nunca sabe de qué es capaz hasta que lo intenta.
Nos quejamos, pero ¿acaso no somos nosotros quienes hemos escogido nuestra profesión y nuestro lugar de trabajo? Lo que somos es resultado de las decisiones que hemos tomado en nuestra vida. Estamos en contra de muchas cosas, pero ¿a favor de qué? ¿Por qué no asumimos la responsabilidad de ser activos en promover el cambio que queremos ver en el mundo?
Japón nos está enseñando el camino.
Autor: Manuel del Pozo

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