"Sólo una cosa convierte en imposible un sueño:
el miedo a fracasar"
Paulo Coelho
Hay situaciones que nos dan miedo pero que son casi
idénticas a otras que nos animan a ser valientes y sólo se diferencian en el
contexto o, a veces, solamente en el título del cuento. Sin embargo el
personaje es siempre el mismo, ya sea en la corte del Rey Arturo o en una
empresa en el siglo XXI. Todos debemos vivir con nuestra mejor versión, incluso
aunque ésta pertenezca a nuestras fantasías.
El día de su cumpleaños Enrique perdió su empleo. Desde
siempre había tenido una imaginación portentosa que, por otro lado, había
estado totalmente desperdiciada hasta aquella extraña semana cuando su vida
pareció sumirse por un desagüe sin final conocido.
Tras avisar a sus amigos de que no tenía humor para fiestas
se fue a su casa para estar solo y poder pensar. En su habitación se sentó
frente al castillo de Playmobil que desde hacía casi veinte años sólo tenía un
fin decorativo. Allí descansó su mirada hasta quedarse dormido en la butaca.
Esa noche soñó que era una especie de Conde de Montecristo,
que lo expulsaban de la corte de un rey que era, casualidad, su exjefe. Salía
enrabietado por el puente levadizo del castillo de Playmobil preocupado por su futuro;
se quejaba de lo injusta que era la vida, dejando a un mequetrefe en el trono y
echando fuera a alguien como él, tan válido o más que el propio rey.
Como por arte de magia ese miedo desapareció cuando notó que
cubría su cabeza con una corona de rey
– Está bien, quizá no tenga reino pero soy un rey y los reyes piensan
como reyes no como vasallos. Enrique se
adentró en un bosque solitario, donde hacía mucho frío; decidió aceptar su
corona y ser digna de ella: los reyes guerreros no sienten frío y si lo sienten
hacen por no tenerlo. El rey sin reino buscó una cueva y se cubrió con su
delgada capa. El frío de la noche era cortante pero el sentimiento de
responsabilidad por mantenerse a la altura de un héroe le servía de calefacción
interna.
Enrique despertó al día siguiente para ir a la oficina de
empleo pero se sorprendió de su propio estado de ánimo, se notaba más animado
de lo que esperaba. Sin embargo aquella tarde su novia le dejó.
Esa noche soñó que su princesa le echaba del castillo, se
sintió dolido y caminó de nuevo hacia el puente levadizo. Volvió a sentir la
corona sobre su cabeza y recordó que tenía sangre de rey. Al volverse por
última vez para mirarla recordó que el zapatito de cristal no le había entrando
a la primera y eso le tranquilizó. Aquélla no era ella su princesa.
Por la mañana Enrique no tenía los ojos hinchados de llorar
como había esperado. Acto seguido fue a entregar su currículum a una empresa.
Sintió mucha vergüenza y miedo al rechazo, así que decidió dejárselo a la
recepcionista como un currículum más de los tantos que recibían. En ese momento
salió el director comercial de la compañía de su despacho y Enrique dejó que se
fuera, depositando sus esperanzas y, sobre todo, sus miedos y complejos en un
papel.
Soñó entonces que deambulaba sediento por el bosque y un
grupo de caballeros aristócratas y estirados se acercaba. Enrique pensó hacer
como si no los hubiera visto para que no pudieran burlarse de él ni llamarlo
zarrapastroso. Pero en ese momento recordó su compromiso con su corona, su
certeza de que él merecía un reino como su exjefe. Ser consecuente con su papel
de rey sin reino era lo único que podía evitar caer en la creencia
autodestructiva de que no era más que un vasallo mediocre que había estado sobrevalorado
por un rey compasivo. Y decidió pararse en medio del camino y detener a la
cuadriga con los modales propios de su sangre azul – Dios os guarde nobles
caballeros; soy Enrique Pérez, ¿podríais darme un vaso de agua, por favor? –
Aquellos hombres le respondieron en el idioma de reyes que había utilizado
Enrique, haciéndole sentir cómodo y noble, si bien no recordaba la respuesta
que le habían dado pues en ese momento despertó.
Por la mañana fue de nuevo a la empresa del día anterior y
solicitó una entrevista con el director comercial. Sorprendentemente el miedo
no había aparecido, ni el esperado complejo de inferioridad ni el tartamudeo.
Le dijeron que no le podían atender, que volviera la semana siguiente y,
además, la recepcionista le dijo que era poco probable que le dieran trabajo.
Enrique se fue decepcionado a casa.
Soñó entonces que llegaba a un castillo que pertenecía a un
duque que tenía una hija preciosa y además esa hija estaba comprometida con un
marqués. Enrique le preguntó al duque si podía ayudarlo, éste, sin embargo, le
preguntó: – No, hijo, dime más bien… ¿En qué puedes ayudarme a mí para que mi
corte sea más poderosa? – Enrique no supo responderle hasta que su corona se
iluminó y volvió a pensar como un rey guerrero – Pues puedo ganarle guerras
porque no tengo miedo, soy un rey sin reino, pero un rey no acepta un No a la
primera, un rey sabe salir de cualquier situación incluso con guerreros de
países lejanos y lenguas extrañas, porque la valentía y la nobleza son idiomas
universales.
Nada más amanecer Enrique preparó sus entrevistas de trabajo
como el guerrero que haría más poderoso a un ejército y, por supuesto, sabiendo
que nadie le esperaría con la puerta abierta.
Aquella semana se sintió extrañamente seguro de sí mismo,
como si todo aquello ya lo hubiera hecho en otra vida.
Autor: José Ángel Caperán
Twitter @jcaperan
No hay comentarios:
Publicar un comentario