Pongámonos a analizar la historia de Pepe de la entrada anterior. Para empezar, tengo que reconocer que nunca he entendido eso de: “Si pudiera estar mejor, tendría un gemelo” ¿Alguien entiende qué significa? ¿Que el bienestar le sobraría como para llenar a otro? No sé, parece un inextricable koan zen. Pero sigamos.
Pepe dice: “Cada vez que sucede algo malo, puedo escoger entre ser una víctima o aprender de ello. Escojo aprender de ello. Todo en la vida es cuestión de elecciones. Cuando quitas todo lo demás, cada situación es una elección. Tú eliges como reaccionas ante cada situación, tú eliges como la gente afectará tu estado de ánimo, tú eliges estar de buen humor o mal humor. En resumen, tú eliges cómo vivir la vida” Entonces… ¿Por qué no escoge no ser una víctima de los atracadores y comprueba si así no le atracan? ¿Por qué elige ponerse nervioso en lugar de estar tranquilo? Súper Pepe es un fanfarrón, sólo le falta la capa. La verdadera calidad de las personas se demuestra en los momentos difíciles, porque en los fáciles cualquiera puede vanagloriarse de ser poseedor de cualidades heroicas.
Si el comienzo de la historia de Pepe no resiste el más mínimo análisis crítico, el resto continúa adornando este paradigma de la estulticia: “Cuando estaba tirado en el suelo, recordé que tenía dos opciones: Podía elegir vivir o podía elegir morir. Elegí vivir.” ¿Cómo hace uno para elegir vivir si le han pegado un tiro en el corazón? ¿Se puede? ¿Y funciona? ¿Y si el tiro le hubiese dado en la cabeza? ¿Podría elegir vivir y viviría? En fin. En la vida hay muchas situaciones en las que el resultado no depende de uno mismo, y mucho menos de la voluntad de lograr un objetivo, sino de circunstancias ajenas al propio control, físico o mental: “Casamiento y mortaja, del Cielo baja”, dice el refrán. ¿No hubiese sido más inteligente que el primer pensamiento fuese llamar al 112? Parece al menos una forma más sabia de elegir vivir, ¿no?. Y ponerse a hacer acto de contrición por si acaso no llega a tiempo la UCI móvil y toca morir.
Pero Pepe no se murió, claro, porque había elegido vivir, así que puede continuar relatando a su amigo:”Cuando me llevaron al quirófano y vi las expresiones en las caras de los médicos y enfermeras, realmente me asusté.” Pero… ¿no habíamos quedado en que Pepe era Juan Sin Miedo redivivo? ¿Cómo sería ahora su gemelo? “Mientras reían, les dije: estoy escogiendo vivir, opérenme como si estuviera vivo, no muerto.” Y claro, entonces los médicos cambiaron totalmente el protocolo de la intervención, porque en realidad dudaban entre ponerse a jugar al mus sobre sus tripas o darle una muerte digna, porque faltaban camas en el hospital. ¿Puede concebirse puerilidad más grande? A los muertos no se les opera, se les hace la autopsia.
Las falsas expectativas
Historias aparentemente benefactoras e inocuas como estas, pero realmente tan hiperbólicas, crean falsas expectativas, entusiasmos a corto plazo e insatisfacciones a medio y largo. La ley del péndulo. Incluso el inefable Goleman advierte –sobre los demás, claro, que tonto no es–, como el pnlista McWhirter, del efecto boomerang o champagne de estas estrategias: O se vuelven contra ti mismo o no hay quien se lo trague al día siguiente. Han sido construidas como parte de una estrategia comercial cuasiperfecta para engañar a los incautos, desorientados e insatisfechos que, como es normal, no son como Pepe. Nadie –casi– lo es.
Yo conocí a uno, en mi barrio, de chaval. Le preguntaban si era el tío más atrevido y decía que sí, ufano. Le decían que se metiera un dedo en el ojo y lo hacía. Que se diera un cabezazo contra la pared y se lo daba. No sé cómo habrá terminado la pobre criatura.
Todas las personas normales tenemos miedos e inseguridades, de modo que cuando al cerebro se le presenta un modelo semejante establece automáticamente una comparación con el propio autoconcepto en la que normalmente éste sale mal parado. Y de esa insatisfacción se sirven para ofrecer el caramelo envenenado: una vez presentado el modelo perfecto de ser humano y metido en la boca del lobo formativa, uno desea –como el heroinómano el chute– su ración de placenteras beta endorfinas que compensen el displacer al precio que sea, incluso anulando su sentido crítico: “¡Yo quiero ser así de guay!”. Sólo que enganchan, y uno termina por convertirse en adicto a estas patrañas en una interminable huída –de la realidad– hacia delante, generándose ejércitos de majaras, quijotes y caballeros de armaduras oxidadas salvadores del mundo, fácilmente manipulables con burdas estrategias emocionales para críos, previo pago de su importe, claro.
El miedo
El miedo es una estrategia adaptativa en la evolución del ser humano. Si nuestros ancestros no hubiesen sido dotados de la estrategia del miedo frente a los depredadores, la oscuridad, las alturas, los enemigos, la infidelidad… ninguno estaríamos aquí.
La cuestión no es pues aceptar la invitación a desarrollar la peligrosa competencia de no tener miedo a nada, sino eliminar miedos no adaptativos, miedos irracionales... que son los que pueden perjudicarnos. Mantener nuestros miedos adaptativos es útil para sobrevivir, a no ser que queramos estrellarnos contra el autobús que se aproxima perpendicular a nuestra dirección sin detenernos ante el semáforo que encontramos en rojo, o pretender no salirnos de la carretera en aquella curva con recomendación de 50 que tomamos a 170.
Los responsables
Los responsables de esta desorientación son la popularización de la psicología gracias al fenómeno autoayuda, el intrusismo profesional, el afán de ser el más listo y más mejor líder del mundo mundial del insatisfecho carente de la formación mínima adecuada –escritorcillos engreídos, coaches de cursillo de fin de semana, gurus de medio pelo y adictos al THC– que nos regalan estas patologías sociales que conducen al recesivo relativismo.
Por eso es tan importante introducir la neurociencia y el entrenamiento virtual a través de este sector de los RRHH. De una parte, ayudaremos a la ideología happyhippy a dar un decidido paso al frente al borde del precipicio, y de otra, devolveremos a los vanidosos charlatanes de feria al departamento comercial, que es el lugar que les corresponde. Porque no está el horno para frivolidades.
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